¿El fin de la era del PIB?

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Hoy más que nunca, en un mundo en el que predomina la desigualdad, tanto económica y social, como educativa y de género, se ponen de manifiesto las limitaciones de valorar el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) como el principal indicador para medir el éxito o fracaso de los países.

 

El PIB, entendido como el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un periodo determinado de tiempo, se adoptó como el estándar de medición global al finalizar la Segunda Guerra Mundial, a la par del nacimiento del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.  

 

En el contexto de post-guerra, el principal reto global era reconstruir al mundo.  El postulado era simple: los países que implementaran políticas para incrementar su producción de bienes y servicios, generarían mayores oportunidades laborales, las que a su vez permitirían mejorar las condiciones de vida de sus respectivas poblaciones.

 

Bajo esta premisa, la comunidad internacional de países comenzó una larga carrera en la que se priorizó la implementación de políticas que tuvieran como meta principal el crecimiento del PIB.

 

No obstante, el hecho de que una economía produzca más, no significa necesariamente que la riqueza sea distribuida de manera más o menos equitativa entre su población. Por esta razón, entre otras de sus limitaciones, diversos líderes políticos e intelectuales comenzaron a criticar al PIB como el indicador prioritario.

 

Al respecto, Robert F. Kennedy  mencionó “(…) este indicador no mide la salud de nuestros niños, ni la calidad de su educación, ni mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría o nuestro aprendizaje. En suma, este indicador mide todo, excepto todo aquello por lo que merece la pena vivir (…)”

 

En este mismo sentido, en 1972, Bután, un pequeño país asiático, rechazó el PIB como indicador prioritario, e implementó el “Índice de Felicidad Nacional Bruta”, el cual actualmente mide nueve campos: bienestar psicológico, salud, uso del tiempo, educación, diversidad cultural, buen gobierno, vitalidad de la comunidad, diversidad ecológica y estándar de vida.

 

Por su parte, el PNUD introdujo en 1990 el “Índice de Desarrollo Humano”, compuesto por tres indicadores: esperanza de vida, acceso al conocimiento, y estándar de vida satisfactorio.

 

En Inglaterra, la firma Economic Intelligence Unit, desarrolló en 2005 el “Índice de Calidad de Vida”; y el centro de estudios New Economics Foundation, lanzó en 2006 el “Índice de Felicidad del Planeta”, los cuales miden campos como la satisfacción, la expectativa de vida y la huella ecológica. 

 

 

En Francia, en 2008, el entonces presidente, Nicolás Sarkozy, impulsó la creación de la Comisión Sobre la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, a cargo de los ganadores del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Amartya Sen, con la misión de determinar los límites del PIB, así como de analizar la viabilidad de instrumentos más pertinentes para medir el progreso social.

 

En 2011, la OCDE lanzó “Tu índice para una vida mejor”, que valora 11 temas fundamentales  para medir una calidad de vida satisfactoria: vivienda, ingresos, empleo, comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción, seguridad, y balance entre la vida y el trabajo.

 

En 2012, liderado por Jeffrey Sachs, se lanzó en las Naciones Unidas el “Reporte Mundial de Felicidad”, el cual clasifica a 156 países de acuerdo a qué tan felices se perciben sus ciudadanos. 

 

En el caso de México, con base en el lineamiento OCDE de medición del Bienestar Subjetivo, se implementó en 2012 a través del INEGI una prueba piloto en la que se integró en sus encuestas a hogares los denominados módulos de Bienestar Autorreportado (BIARE); los cuales aplica de manera permanente a partir de 2013 en otra de sus encuestas, midiendo la satisfacción con la vida de los mexicanos, a nivel nacional y por sexo (aunque manteniéndose como un producto estadístico modesto y no prioritario).

 

Sin duda, el PIB es el mejor indicador para medir la actividad económica de los países; sin embargo, dado que es un indicador limitado para medir el bienestar, cabe cuestionarse si éste debe ser el rector de las prioridades de política pública de un país.

 

Reconstruir al mundo representó el reto global del momento en el que se priorizó el crecimiento del PIB como principal indicador. Los retos globales de nuestra época se centran en el bienestar, la desigualdad y la sustentabilidad.

 

¿Es tiempo de que nuestro sistema estadístico priorice la medición del bienestar y la sustentabilidad, por encima de medir la producción económica?

 

¿Son acaso los recientes resultados electorales y las diversas protestas sociales alrededor del mundo, un rechazo expreso por parte de las mayorías, en contra de las políticas que se han enfocado en el aumento de la producción por encima de los aspectos sociales?

 

¿Llegó el momento en el que el deseo de construir un indicador que mida el bienestar dejará de ser un asunto de los círculos de expertos y académicos, y pase a formar parte fundamental de la agenda de la ciudadanía global?

 

¿Habrá llegado el fin de la era del PIB?

 

 

 

 

Pedro Rangel. Maestro en Políticas Públicas. Harvard University.

 

 

 

 

 

 

Pedro Rangel Magdaleno